El Ecuestre

Año 1979

muhecin.jpgEl primer recuerdo que tengo de Esther es en la hípica “El Ecuestre“. A primera hora de la tarde me dieron a montar al Muhecín(II), un caballo hispanoárabe de 11 años blanco y loco. El Muhecín había sufrido un accidente años atrás que lo había vuelto un tanto histérico pero eso al momento de subirme aún no lo sabía.

Esa tarde le agarré miedo a montar a caballo. Cada vez que pasábamos por delante de la puerta en la pista del picadero salía disparado como un loco en un zig-zag acojonante. A medida que se me acrecentaba el pánico el caballo se volvía más histérico. -Me quiero bajar- pero Marién no me lo permitió. Cuando se va con miedo a caerse del caballo un tiende a encogerse hacia delante. -Echa el cuerpo hacia atrás- me decía. -si ya lo hago-.

Cuando me bajé del caballo me temblaba todo. Desde el bar de la hípica se veía la pista así que había tenido espectadores. Cuando entré en el bar ahí estaba Esther y me dijo que ahora lo iba a montar ella y le advertí del peligro a lo que me contestó un -es que te tiras hacia delante- estirando el cuello con aire de suficiencia. Me quedé observando cómo montaba esperando el momento en el que se partiera los dientes contra el suelo en algún zig-zag cabrón de esos que practicaba el Muhecín pero no sucedió. El caballo estuvo tranquilo y aquella marisabidilla se quedó sin la lección que yo pensaba se merecía. Simplemente, la odié, así como mucho.

No volví a subirme a un caballo hasta varios meses más tarde. Mi pasión por los caballos era mayor al miedo que tenía a subirme en uno así que una tarde regresé por la hípica y me animé a volver a intentarlo. Me dieron a montar al Mustafá, un caballo gordo y tranquilo para principiantes. Me resultó humillante montar un caballo para torpes. Marién que tenía buena visión del negocio supo reparar el error de haberme hecho montar durante una hora al Muhecin meses atrás. Perdió un cliente entonces y ahora era la ocasión de recuperarlo dándome a montar caballos bien tranquilos. Hasta aquella tarde en la que Marién no estaba y dejaron a Paco como suplente. -¿cuánto hace que montas?- No recuerdo exactamente el tiempo que le dije, pero sí sé que era inexacto. Tal vez hacía un año que comencé a montar pero las pausas de meses no las mencioné. Total, que tal tal Paco consideró que debía ser una amazona experta -traed al Trueno-. El Trueno era un caballo grande, gordo, entero e histérico. -por favor, otra vez me va a tocar hacer el ridículo-. El Trueno no necesitaba pasar junto a la puerta para hacer el cabra. Cualquier lugar y momento era bueno. -Sujétate bien con las piernas!-. Yo me concentraba en hacer eso y lo de tirar el cuerpo hacia atrás pero el caballo era demasiado gordo o yo tenía las piernas aún demasiado pequeñas (tenía 12 años). Ya, detener el caballo era demasiado así que cada poco rato dábamos unas vueltas extra a la pista en dirección aleatória. Cuando al fin el caballo se detenía yo me apresuraba a sacar el trasero de su cuello y volver a sentarme en la silla y meter los pies en los estribos. Entonces Paco le pegaba un grito “Trueeenoooo!” y el caballo volvía a desbocarse. Fue agotador y lo recuerdo como un sueño. Esperaba el momento en que al fin probara el sabor de la tierra de la pista cuando aterrizara sobre la boca desde el caballo. Pensaba que nada podría ir peor, pero me equivocaba. Sí podía ser peor y lo supe cuando Paco dijo aquello de “vamos a cambiar de caballo, preparen al Muhecín“.

Ahí estaba yo, subiendo de nuevo al diablo blanco. El Muhecín, por supuesto, no faltó a sus hábitos y seguí haciendo el indio en todas direcciones por la pista. Sin embargo se me presentaron dos ventajas con este caballo respecto al anterior. La primera era que podía preveér el momento en el que el caballo se iba a desbocar (la puerta) algo que me pillaba desprevenida con el anterior. La segunda ventaja era que el Muhecín era un caballo menudito apto para mis piernas. Tras el Trueno, montar al Muhecín fue como un paseo por el campo y tras acabar la hora de clase indemne y recibir felicitaciones decidí que eso de montar a caballos locos era divertido. Desde entonces el Muhecín fue el caballo que monté todos los días y además Esther pasó de caerme gorda a ser mi muy mejor amiga. Es curioso que quienes meses atrás lograran que se me quitaran las ganas de volver por allá se convirtieran en tan grandes e importantes amistades. Con ellos pase lo que recuerdo como la época más felíz de todas.

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