Mi mala fama

Año 1980

Un día me dijeron que el Muhecín no se podía montar porque estaba abonado. Me explicaron que abonar no era hecharle fertilizantes si no pagar un dinero mensual por el uso exclusivo de un caballo. Como si fuera tuyo, pero sin ser tuyo.


Un día lo ví­ entrar a la pista luciendo unos arneses espléndidos. El chico con gafas que lo llevaba (el del fertilizante) me dijo que estaba pensando en comprarlo y yo llegué a casa hecha un mar de lágrimas. Pero no lo compró y transcurridos un par de meses el caballo volvió a estar disponible. No sé cómo convencí a mi madre pero entonces hicimos nosotros eso del abono.

muhecin_helena2.jpg El Muhecín era un caballo con limitaciones. Le daba pánico salir de la hípica y no podía dar paseos por la montaña. Sin embargo con el tiempo y bajo una misma mano el caballo comenzó a relajarse y a volverse más confiado. Comencé a darle la vuelta a la manzana tras montarlo en pista y con paciencia y una caña logré sacarlo a la montaña siempre y cuando fuera en grupo con más caballos (al menos uno).

Era una pasada. Era un caballo rápido y resistente. Comencé a salir con Corine, una chica inglesa que tenía un caballo en propiedad (el Capi) y que montando era aún más bruta que yo. Le encantaba tirarse a galope tendido por bajadas en las que nos habían enseñado a bajar despacito y con cuidado. Sobrevivir a las excursiones con Corine me volvieron una inconsciente y cuando salía con otras personas los traía de vuelta a la hípica sangrando por algún lado. Debo decir en mi defensa que la mayoría de las veces se fueron al suelo por imbéciles pero una vez te echas la fama que cogí dejan de escuchar tu versión de los hechos y más aún cuando tienes sólo 12 o 13 años.

Recuerto aquel chico, Toni. Nos caía mal porque nos parecía un engreído (y un poco, lo era) y solía intercambiar con él dialéctica peyorativa de vez en cuando. Una tarde estaba yo montando en la pista y entró él con un caballo y comenzó a montarlo. No había nadie más en la pista y no recuerdo por qué razón comenzamos a intercambiar insultos de esos de -“y tú más y mil veces más al infinito“-.
El tipo quiso jorobarme, se acercó con su caballo todo lo que pudo al mío desde detrás y no tuvo mejor idea que arrearle un fustazo en la grupa a mi caballo quien, por cierto, ni se inmutó. Pero el que sí se inmutó, y mucho, fue el suyo que cuando vió pasar el fustazo por el lado de su cara y esuchó el planch se le desorbitaron los ojos, se pegó la gran espantada y se puso a galopar. No hacía zig-zags, ni quiebros, ni daba botes; sólo galopaba y galopaba por la pista. Toni intentaba pararlo y no lo lograba pero no había mayor problema; el caballo galopaba en línea recta. Sin embargo aquel chico comenzó a hacer cosas raras. Se inclinaba hacia un lado … hacia el otro … parecía que se iba a caer. Ahora hacia la derecha, ahora a la izquierda, ahora a la derecha otra vez.
Finalmente se cayó con tan mala suerte que en vez de caerse hacia el interior de la pista lo hizo hacia el otro lado, donde estaba la pared. A medida que se caía el caballo seguía galopando y se escuchaban plofs, uno por cada una de las columnas integradas en el muro que se iba comiendo. Finalmente llegó al suelo. Poco más recuerdo de esos instantes; sólo que nos destronchábamos de la risa (a esa edad casi todos somos así de gilis). Se lo llevaron al hospital y parece que se dio buenas hostias en la testa y aunque no fue nada grave sí tuvo cierta importancia. Ese hecho fue el que culminó mi fama de impresentable. -“tú mata chico! Tú mata chico!” -. Fue increible, nadie me preguntó; bueno, sí me preguntó alguien pero no estuvo dispuesta a escucharme. Un día una chica con la que tenía cierta amistad me dijo que no podía hablar más conmigo porque sus padres se lo habían prohibido después de que Dris, un mozo de cuadra de origen marroquí que vivía en las cuadras, les contara lo de que yo mata chico.

De estas tengo varias, dos más al menos y una de ellas con el mismo Toni y se fue al suelo otra vez por pelotudo. Andábamos de paseo por la montaña y yo llevaba la responsabilidad del grupo. Dijimos – vale, aquí podemos galopar un poquito. Poneos en fila y que nadie adelante a nadie-.
Por supuesto Toni decidió que podía adelantarme en tiempo de ejecución y me adelantó por un lado como un poseso. Se puso el primero y el caballo se le fue de caña al no tener un caballo delante contra quien frenarlo. Tardo muy poco en volver a irse de morros al suelo tras no lograr esquivar alguna rama. La parte buena fue que en esta ocasión no me echó el muerto encima y reconoció que le pasó por boludo y además no fue necesario pasar por un hospital. La parte mala fue que en la hípica, por supuesto, no se lo creyeron y me echaron la culpa de todo otra vez “algo habrá hecho la descerebrada ésta” y nunca más me dejaron llevar a grupos a la montaña.

La otra que recuerdo sucedió con Katrin, la hermana de Esther y fue un caso similar al anterior. Ella montaba una yegua muy fuerte de raza pinto. Nos pusimos a galopar matizando que no se moviera de detrás de mí pero no lo hizo; me adelanto, llegó al final del camino y no fue capaz de frenar a la yegua y continuó galopando por una carretera comarcal hasta que se comió un coche que salió de detrás de una curva. Katrin visitó el hospital y la yegua el matadero. Yo, de nuevo, mata chica sumando puntos de popularidad.

Verdaderamente yo era bruta y podían haberme reprochado muchas cosas. Pero me llevé la peor fama por la irresponsabilidad de otros. Supongo que era una buena candidata a cabeza de turco.

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